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y ya cansado y adolorido de chocar siempre con la misma pared, intentando salir -con vos- de mil y una formas
-probó el canto de las calandrias científicas calamitosas y el de los pejereyes aspirantes a cardenales del mar, el de los búhos súbitos ululantes (que nadie se entere, pero hasta probó con dar señales a través del silencioso clamor de la guadaña sangrante), probó el arte del encanta-miento sigiloso, el ladrido desafiante y el quejido silibante en mi menor-
Arlekín decidió pintar en la ventana dibujada
-ya sin corona ni bufón-
en tinta china:
el laberinto son las mujeres que me gustan y que no gustan
de mí y
las que gustan de mí sin que yo pueda gustar de ellas,
el hilo
es intentar una narrativa que transforme el
amor roto
y me transforme,
el monstruo son las convicciones
que no me dejan dar
mis emociones ni mis palabras.
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