23.9.08

caramelo

un café revolviéndose. dos brujas entrenadas para embrujar perdieron su varita. dos hadas encarnadas para encantar encontraron negros agujeros, y los taparon con soplidos de frágil mágia. creencias. recuerdos infantiles. espejos en trizas. trillados cuentos que vuelven siempre al mismo lugar. un café revolviendo pensamientos. un ruido en las tripas. un picaflor taladrando en la iris de mi ojo, para que vea la falda de una colegiala apurada por llegar al lugar del que me apuraría a partir. dos sacos de azúcar. un torrente de tormentas agitadas por un punto distante en el espacio. el aleteo de los ecos de un río. la varita de las brujas estaba perdida en algún lugar en el fondo de mi taza, así que mandé a Jacques Costeau a que la recupere para mí, pero Jacques estaba ocupado tomando una clase en que le enseñaban acerca de las superficies, porque el tipo no quería que nadie le pase por encima, si no con todo gusto, me dijo, así que tuve que ponerme la escafandra, y las hadas me dieron un hilo, para que no pierda la cordura ni la posibilidad de ahorcarme en mis pasiones, y seguí revolviendo el café de los ojos café de una niña de la que me enamoré profundamente cuando tenía muchos años menos y apenas unos segundos atrás, las dos brujas se enfadaron, porque una de las hadas se había puesto la escafandra, y la otra le pisó la manguera, porque al fin y al cabo ellas no eran bomberas, aunque les gustaran las campanas, el amarillo, las sirenas encantadoras y las damas preocupadas por sus gatos idos por las ramas, y no dudarían, seguramente, de poner una bomba en todas las cruces de todas las iglesias, porque no tienen derecho a amenazar con esas imágenes de horror a la gente que transpira horrores por los ojos, con cada respiración, pero no hubo caso, y Jacques Costeu fracasó en el curso porque no dejaba de darle curso a sus más bajas pasiones, que para un tipo como Jacques eran altas, y lo superfluo en cambio a él le parecía fascinante, quizás por el embrujo de las hadas, o por el adagio de las brujas, por la vida casi en una burbúja, o por las burbujas que tomó en el desayuno, que para él el un trago de bienvenida a la noche, ya que para Jacques estar en la superficie era como andar sin brújula, repartidas las varitas en cada esquina de una taza cúbica, por doce metros de alto, y cuatro vueltas en cuchara de metal, sortilegios, ecos, señalizaciones errantes, que me atraparon cuando quise encontrar magia en un domingo, sobre el recuerdo del lunes activo entre las capas profundas del tiempo, y las paredes aún reflejando espacios reverberantes de fragmentos en errancia, estelas, fragancias de creencias olvidadas, ondas, recetas de viejas que parecían sabias, sabores amargos, profundos, de una tarde cálida,
soñando sintonías
creándolas
creyendo
.
en vos.
en ustedes.
(entre estas grietas
de letras.)